viernes, 27 de abril de 2012

Actualidad

Armando Fuentes “Catón”
Yo duermo bien todas las noches.
No es que no tenga preocupaciones: lo que sucede es que me hago tonto. Así concilio fácilmente el sueño. Los remordimientos, dicen, son también causa de insomnio. Por eso no es bueno cargar arrepentimientos, como tampoco es sano para el cuerpo y para el alma andar por ahí con una carga de rencores.
Rencores yo no tengo. Y eso no se debe a que haya ejercido la sublime virtud de perdonar: se debe a que las cosas se me olvidan. La falta de memoria, entonces, es lo que me inclina a la virtud. Me parezco un poco a aquel ancianito que llenaba a su esposa –65 años tenía ya casado con ella– de cariñosos adjetivos. Al dirigirse a ella la llamaba “mi cielo”, “mi vida”, “mi reina”, “mi ángel”… Alguien lo felicitaba por dirigirse a su señora con expresiones de tanto amor. “Lo que pasa –explicaba, sincero, el viejecito– es que ya no me acuerdo cómo se llama”.
Un remordimiento sí tengo. No creo haberlo mencionado nunca, y voy a confesarlo ahora. Lamento no haber pasado más tiempo con mis hijos cuando eran pequeñitos. Su infancia coincidió con la etapa de mi vida en que debía esforzarme más para salir adelante. Hubo vez en que tuve tres trabajos que me tomaban, creo, 14 horas de cada día. Solo podía ver a los niños los fines de semana, pues cuando llegaba a mi casa por las noches ellos dormían ya, y cuando salía, de madrugada casi, ellos estaban dormidos todavía.
Si me fuera dable regresar el tiempo, cambiaría las cosas. Trabajaría un poco menos, y estaría con mi familia un poco más. Pero nadie puede modificar el pasado, excepción hecha de los historiadores. Ahora bien: no soy partidario de dar mensajes. Creo que esa tarea corresponde a los Telégrafos Nacionales y a las empresas de mensajería. Sin embargo, si algún papá joven o alguna joven mamá me está leyendo, le doy mi testimonio para que lo considere.
Habría usado yo ese tiempo con mis hijos para enseñarles cosas que –ahora lo sé– son importantes, y que ellos aprendieron por sí mismos. Entre los saberes del corazón, uno de los más importantes es el amor al suelo donde se nació; en nuestro caso el amor a México, el orgullo de haber nacido en una patria tan generosa y noble como es ésta, tan llena de hermosos sitios, de historia y tradiciones, de arte prodigioso y artesanías maravillosas, de estupendísimas galas de cocina, de música y canciones que dan la vuelta al mundo, de bella literatura que nos enriquece; de tesoros, en fin, que son más valorados por los extranjeros que por nosotros mismos.
Este año es importante para la vida nacional de nuestro país. Nuestro hogar, nuestra familia, pueden ser centros de amor donde se incluya ese otro amor, el amor patrio, que nos haga participar en la tarea de hacer de México una casa mejor para nosotros y para nuestros hijos.


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