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Rencores yo no tengo. Y eso no se debe a que haya ejercido la
sublime virtud de perdonar: se debe a que las cosas se me olvidan. La falta de memoria,
entonces, es lo que me inclina a la virtud. Me parezco un poco a aquel ancianito
que llenaba a su esposa –65 años tenía ya casado con ella– de cariñosos
adjetivos. Al dirigirse a ella la llamaba “mi cielo”, “mi vida”, “mi reina”,
“mi ángel”… Alguien lo felicitaba por dirigirse a su señora con expresiones de
tanto amor. “Lo que pasa –explicaba, sincero, el viejecito– es que ya no me
acuerdo cómo se llama”.
Un remordimiento sí tengo. No creo haberlo mencionado nunca, y
voy a confesarlo ahora. Lamento no haber pasado más tiempo con mis hijos cuando
eran pequeñitos. Su infancia coincidió con la etapa de mi vida en que debía
esforzarme más para salir adelante. Hubo vez en que tuve tres trabajos que me
tomaban, creo, 14 horas de cada día. Solo podía ver a los niños los fines de
semana, pues cuando llegaba a mi casa por las noches ellos dormían ya, y cuando
salía, de madrugada casi, ellos estaban dormidos todavía.
Si me fuera dable regresar el tiempo, cambiaría las cosas.
Trabajaría un poco menos, y estaría con mi familia un poco más. Pero nadie
puede modificar el pasado, excepción hecha de los historiadores. Ahora bien: no
soy partidario de dar mensajes. Creo que esa tarea corresponde a los Telégrafos
Nacionales y a las empresas de mensajería. Sin embargo, si algún papá joven o
alguna joven mamá me está leyendo, le doy mi testimonio para que lo considere.
Habría usado yo ese tiempo con mis hijos para enseñarles cosas
que –ahora lo sé– son importantes, y que ellos aprendieron por sí mismos. Entre
los saberes del corazón, uno de los más importantes es el amor al suelo donde
se nació; en nuestro caso el amor a México, el orgullo de haber nacido en una
patria tan generosa y noble como es ésta, tan llena de hermosos sitios, de
historia y tradiciones, de arte prodigioso y artesanías maravillosas, de
estupendísimas galas de cocina, de música y canciones que dan la vuelta al
mundo, de bella literatura que nos enriquece; de tesoros, en fin, que son más
valorados por los extranjeros que por nosotros mismos.
Este año es importante para la vida nacional de nuestro país.
Nuestro hogar, nuestra familia, pueden ser centros de amor donde se incluya ese
otro amor, el amor patrio, que nos haga participar en la tarea de hacer de
México una casa mejor para nosotros y para nuestros hijos.
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